Estaba contento de verla y le ofrecí un ejemplar del Cuaderno del Amor. Se sorprendió y conmovió al recibirlo. Sobre las seis de la tarde de ese mismo día, me encontraba con Michele en las Termas de Santa Elena cuando, de repente, se me hizo presente el Padre Pío y me dijo: "Debo anticipar mi marcha al cielo para salvar lo salvable. Aquí en la tierra ya no se me escucha, a pesar de que muchos me prometen ser fieles. ¡No llores! Yo te seguiré desde el cielo. No han tenido fe en las palabras que te he comunicado y las que te dije que llamaras 'Testamento-promesa de Gracias.'. Lo que se podía salvar con el "Testamento-promesa" en el mes de junio, ahora (en Septiembre de 1968) no se puede salvar. De todos modos, los escritos harán bien a algunos". Al día siguiente, el 22 de septiembre, permanecí en el hotel lleno de tristeza. Sobre las cinco de la tarde, mientras descansaba en mi habitación, tuve un sueño profético: se me apareció el Padre Pío en medio de un ejército de innumerables ángeles bellísimos, resplandeciendo de luz y amor. Se me acercó y me abrazó cariñosamente, diciendo: "¡Hijo, hijo mío! No debes llorar porque ayer te anuncié mi muerte; persevera fuerte, valiente y sereno en mi alegría: yo te mandaré mi ejército de ángeles. ¡Te obedecerán en todo! Yo, tu Padre, estaré siempre cerca de ti y te diré lo que debes decir y hacer para tu bien y el de aquellos que quieran acoger tu palabra y la mía. ¡Llevaré al cielo tu pensamiento, te dejo el mío!". Mientras decía las últimas palabras, me estrechó con fuerza la cabeza entre sus manos y la acercó a la suya. Con este contacto mi cerebro pareció vaciarse para llenarse de una nueva sustancia. En aquel momento, Michele Famiglietti golpeó repetidamente la puerta de mi habitación. Me desperté con un gran dolor de cabeza; la apretaba porque me deba la sensación de que se me iba a separar del cuerpo. Le pedí a Michele que esperara porque no podía moverme. En cuanto pude le abrí la puerta y contesté a su ansiosa pregunta: "El Padre Pío acaba de venir y me ha dejado una promesa maravillosa.". La noche entre el 22 y el 23 de septiembre no dormí casi nada. En mi corazón oía la voz dulcísima del Padre que me pedía que le leyera el Cuaderno y yo lo leí y lo releí hasta el amanecer. Por la mañana esperaba ardientemente haber sido víctima de una sugestión, pero a las 7 de la mañana me comunicaron desde Roma que el gran corazón del Padre Pío había dejado de latir. Los monseñores, sacerdotes y varios religiosos que estaban en el hotel hicieron lo posible para consolarme y reconocieron que, desgraciadamente, acababa de ocurrir lo que yo había anunciado dos días antes. Aquella misma mañana recibí una secunda llamada telefónica, esta vez del Maestro Alfonso d'Artega, que había recibido el encargo del Padre Pío de llevar el Cuaderno del Amor a América, antes del 25 de mayo. Estaba muy conmovido por la triste noticia y me aconsejó que acudiera immediatamente a Roma porque el Arzobispo de Pittsburgh , Monseñor Nicholas T. Telko, deseaba conocerme y hablar conmigo del Padre Pío y del Cuaderno. Él había hablado con el Padre Pío en San Giovanni Rotondo dos días antes de su muerte. Partí hacia Roma con mi amigo Michele; allí tuve un largo coloquio con S. E. Mons. Telko en su residencia romana. Con la Baronesa Remy salimos de Roma para ir a San Giovanni Rotondo. Volví a ver por última vez al amadísimo Padre en el descanso mortal de su cuerpo santo. En pocos segundos contemplé de nuevo toda mi vida, defendida y dirigida por las alas del águila del cielo, que vino a la tierra a defender a los débiles. El Padre, que había sido mi amigo fiel, mi fortaleza, ya no hablaba. Mi águila había vuelto a su Reino. Poco antes de volar al cielo, el águila del cielo había querido dejar su prenda de amor a un hijo suyo que se quedaba en la tierra. El Padre amado me había dejado como camino el Cuaderno del Amor, regalo de amor a su Luigi y a todos sus hijos que esperan el momento en el que abrazarán de nuevo a su queridísimo Padre en el cielo. Recordé el Cántico de Moisés: "Abre tus oídos, ¡oh Cielos! y yo hablaré. Escucha Tierra, lo que mi boca te va a contar. Baje como la lluvia mi doctrina, desciendan mis palabras como el rocío, como gotassobra la hierba, como agua sobre el prado, ¡pues yo voy a alabar el nombre del Señor! ¡Dale gloria a nuestro Dios! Él es la roca y sus obras son perfectas. Todos sus caminos están señalados. Un Dios fiel, sin iniquidad, todo rectitud y justicia". Yo lloraba ante los restos mortales del Padre y entonces me pareció oír sus dulces palabras de hacía tantos años: "¿Por qué has llorado? ¡Tú sabes que no me gustan los llantos!". Me enjugué las lágrimas y volví enseguida a Roma. El 17 de octubre de 1968, el Cuaderno del Amor y otros cuadernos que estaba escribiendo, de un modo milagroso, llegaron a las manos de eminentes teólogos romanos que me recibieron y me interrogaron largamente, sorprendiéndose de que yo supiera tantas cosas secretas. Así ocurrió lo que el Padre había predicho: "Los Cuadernos tienen que llegar cuanto antes a las manos de Su Santidad y de la jerarquía eclesiástica; el Papa y muchos otros comprenderán todo". Yo soy tal vez el único que entiende menos de todos, pero he escrito y escribo por obediencia al Padre Pío, por fe y amor a Dios, al Papa Pablo VI y a la Santa Iglesia. Con la ayuda del Padre Pío y de la Divina Providencia, el Cuaderno del Amor está ya publicado en francés, alemán, español, inglés, polaco, ruso, portugués, griego, croata, rumano, árabe, latín y traducido en flamenco, chino, albanés, húngaro, armenio, braille, catalán. Luigi Gaspari falleció el 18 de noviembre de 1995 en Cesanatico (FC), donde reposan sus restos. |
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